jueves, 5 de febrero de 2009

Cariño te amo más que a mi Ford

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¿Quién no ha tenido la ilusión de tener un coche nada más obtener el permiso de circulación? Aquel cochecito de tres puertas que nos vendió el amigo de un vecino, que siempre lo tuvo en garaje, y prácticamente no lo sacaba. Hay otros que tuvieron más fortuna, y pudieron elegir;- Toma hijo, aquí tienes, te lo mereces.
La ilusión de un primer coche, lo cogíamos hasta para ir a mear. Los fines de semana estaban dedicados al lavado y cuidado del mismo. Pobre de aquel que osara a fumar dentro, es que vamos..., pasados unos meses, el ambientador de pino se fue desgastando, el cenicero del conductor estaba ya a rebosar de colillas, y alguna que otra cagada de paloma se hacía notable en el cristal. Pasado un par de años, aquel coche ya era irreconocible, ya solo le quedaba lucir el cartel informativo de su valor, con un número de teléfono abajo.



Pues algo totalmente similar ocurre con nuestras relaciones sentimentales, al principio todo es cariño, mimos, ilusión por montarla a todas horas, le dedicas los fines de semana a ella. Te preocupas por que fuma demasiado, y le impides a veces que lo haga, pasados unos meses, ya eres más permisivo a su aliento, y algún que otro fin de semana te has ido con tus colegas de parranda, y ella te ha preguntado si la quieres. Pasado un par de años, ya te has fijado en el trasero del BMW del vecino, y ya estás harto de tener que conducir ese trasto, pudiendo pilotar un coche de mayor cilindrada... si es que te gustan todos los coches que ves, menos el tuyo...

Esta historia sería cíclica, nos habituamos al BMW pasados unos años, y volvemos a ver de nuevo su cartel, con otro número de teléfono abajo, porque también hemos cambiado de movil, de compañía, y hasta de talla de pantalón.

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